El jueves al mediodía, en una de las avenidas más transitadas de la zona norte de Córdoba, el tiempo se detuvo unos segundos. Bastaron apenas unos metros, un bastón levantado y un colectivo que no frenó a tiempo, para que la vida de Enrique Ryser, 84 años, jubilado, vecino del Cerro de las Rosas, quedara suspendida entre el estruendo del motor y el silencio de quienes miraban sin poder creer.
Horas más tarde, desde la cama en su casa, con las manos vendadas y la voz aún temblorosa, Enrique habló con Puntal. Su relato, entre pausas, recuerdos borrosos y la serenidad de quien ha visto mucho, narra una escena que podría haber sido trágica.
“Estoy más o menos bien. Muy golpeado”, dice al comienzo, con ese tono de quien no quiere dramatizar pero tampoco disimular el susto. El impacto lo dejó con puntos en la cabeza, los brazos y las piernas. “Tuve suerte, mucha suerte. No me pasó por arriba de pedo”, confiesa, con una mezcla de resignación y asombro.
Enrique había salido a cumplir con una rutina simple: pagar la tarjeta en un local de pagos cercano a su domicilio. “Ya no se puede hacer nada en persona, todo es virtual. Pero yo igual lo hago”, explica. Había cruzado la avenida Rafael Núñez infinidad de veces. Sabía que era peligrosa. Pero aquel día, algo se torció.
“Busqué un poste, miré para un lado, para el otro, esperé que pare el tráfico. Es imposible cruzar ahí, no hay semáforo ni nada. Aproveché un huequito entre los autos y empecé a cruzar despacio. Yo tengo bastón, no puedo apurarme”, cuenta.
Lo que vino después, Enrique lo recuerda fragmentado, como si la memoria se resistiera a reproducir el golpe. “Vi el colectivo anaranjado. Venía fuerte. Levanté el bastón, lo quise parar, le hice señas con la mano. Pero no frenó. Me vio cuando ya estaba encima mío.”
El video de la cámara de seguridad confirmó su versión. Se ve la avenida Rafael Núñez bañada por la luz del mediodía, el tránsito constante, el sonido invisible de motores que no se detienen. En medio de esa coreografía de autos y colectivos, el hombre aparece con su bastón: avanza despacio, calcula el paso, mira una y otra vez antes de cruzar. Es Enrique. Su figura se recorta sobre el gris del asfalto. Apenas alcanza la mitad de la senda peatonal cuando, desde el costado del cuadro, irrumpe la mole naranja del colectivo de la línea 17. Enrique levanta el bastón, extiende la mano como quien intenta frenar el tiempo. Pero el vehículo no se detiene. El golpe lo hace caer de costado; el bastón vuela unos metros, su cuerpo queda tendido en el asfalto. Unos segundos después, el colectivo se detiene y todo hace imaginar que los pasajeros miran por las ventanillas, sorprendidos. La violencia de la imagen contrasta con el milagro del final: Enrique sobrevivió.
“No puedo pararme mucho tiempo. Me mareo. Me dijeron que tengo que hacerme una resonancia y ver un neurólogo. Pero lo importante es que estoy vivo”.
“El colectivo me tiró al suelo. Caí y quedé ahí, creo que perdí el conocimiento. No vi nada más. Sentí los golpes, la cabeza, la pierna, todo me dolía”, recuerda.
Minutos después llegaron los médicos del servicio 107. Le diagnosticaron traumatismo de cráneo leve y heridas cortantes. Fue trasladado a una clínica privada de la ciudad, donde fue atendido y rápidamente dado de alta, afortunadamente .
El testimonio de Enrique pone en palabras una preocupación que comparten muchos vecinos del Cerro de las Rosas: el tránsito en Rafael Núñez. “Esa avenida es una locura. Nadie respeta nada. Tendría que haber un semáforo, o algo que te dé un respiro para cruzar”, reclama.
La empresa Coniferal informó que la unidad circulaba a menos de 15 km/h. Sin embargo, testigos y pasajeros ofrecen otra versión. “Iba fuerte”, insiste Enrique. Y aunque no fuera tan rápido, es una arteria donde los peatones tienen que estar alertas y extremar los recaudos para poder cruzar sin poner en riesgo sus vidas.
Un pasajero que viajaba en el colectivo comentó a los medios que el chofer podría haber estado distraído con el celular. La fiscalía investiga las imágenes y las declaraciones para determinar responsabilidades.
Mientras tanto, Enrique se recupera en su casa, con las piernas aún débiles y el susto a flor de piel. “No puedo pararme mucho tiempo. Me mareo. Me dijeron que tengo que hacerme una resonancia y ver un neurólogo. Pero lo importante es que estoy vivo.”
La voz se le quiebra apenas por un instante, cuando habla del bastón. “Yo lo levanté para que me vea. Era mi bandera. Pensé que iba a frenar. Pero no paró el loco.”
“No quiero que le pase a otro. Que pongan un semáforo ahí, porque la próxima vez me cago muriendo”, dice con franqueza, sin metáfora, sin dramatismo ni victimismo.
Enrique no busca protagonismo. Solo espera que su accidente sirva para algo. “Gracias por la entrevista, y bueno, que la municipalidad tiene que poner ese semáforo ahí”, dice con una mezcla de ternura y enojo.
Cuando la entrevista termina, repite “tuve suerte. No nací de nuevo, pero casi.”

