Pero hay otros. En todos los ámbitos. En el país, el desempleo creció al 7,9 por ciento, en Río Cuarto se duplicó y superó el 6 por ciento. Córdoba, ese conglomerado donde todavía tiene peso lo industrial, quedó cerca de volver a una desocupación de dos dígitos.
A nivel nacional el consumo masivo no se recupera. Según un estudio de la consultora Scentia, después del alivio de abril, mayo volvió a mostrar una caída de ventas en los supermercados y en los volúmenes comercializados en los canales mayoristas. En Río Cuarto no es muy distinto: según el Centro Empresario, las ventas minoristas se retrajeron el 1,47 por ciento el mes pasado. Y lo hicieron a pesar de que la inflación ha cedido ostensiblemente.
Pero el nivel de ventas no está tan relacionado con la inflación como con el poder adquisitivo. Y, en ese punto, los datos tampoco son alentadores. Según un estudio que dio a conocer la Secretaría de Trabajo del propio gobierno de Javier Milei, los salarios privados llevan tres meses de caída real. Todos los meses compran un poco menos. Incluso se venden menos alimentos, dice la Federación de Comercio de Córdoba. Según el Cecis, en mayo los riocuartenses compraron casi un 4,8% menos de comida que un año antes.
El gobierno elige otros números, los positivos, los que dicen que hay superávit y que la inflación coquetea con el 1 por ciento, muy lejos de los números desastrosos que dejó Alberto Fernández. Milei está obsesionado con la inflación, con cumplir con su promesa de aniquilarla. Aunque a la vez haya efectos adversos, múltiples y profundos.
La pregunta para el gobierno es si la quietud de los precios es un activo suficiente en el plano electoral. Este año, en las legislativas, probablemente sí. Tal vez la perspectiva sea más compleja si el actual estado de situación se prolonga en el tiempo.
Pero ese interrogante puede plantearse desde el otro lado, desde la visión de la oposición, o mejor dicho de las oposiciones: el deterioro del nivel de vida, la enumeración de datos que evidencian que hay problemas sociales graves, ¿alcanzan por sí mismos para contraponerse a Milei? O dicho de otra forma: ¿disparan por sí mismos la oportunidad de que se construya una opción política?
Hay, es claro, varias oposiciones y esa es una de las limitantes. Pero si la mirada se enfoca en la opositora que más exposición viene teniendo en los últimos días, en Cristina, y se repasan sus declaraciones recientes pareciera que la generación de una alternativa política no depende de una acción o de una estrategia de las fuerzas que lo enfrentan sino del propio Milei. “Este modelo no se sostiene, se va a caer”, dijo la expresidenta desde el departamento en que cumple su condena.
Es decir, pareciera que las inconsistencias del modelo Milei contienen el germen del recambio. La erosión de la calidad de vida es tan profunda, que sólo hay que esperar, dice Cristina. Tal vez no sea exactamente así. Por supuesto que los niveles de consumo, la situación económica de cada familia impactan en las elecciones pero hay muestras recientes de que el voto no siempre y no bajo cualquier circunstancia obedece al bolsillo. A veces, como ocurrió en parte en 2019 con Macri, se elige a partir de lo que no se quiere, o incluso en función de lo que se odia. La emocionalidad siempre fue un ingrediente del voto, pero ahora parece estar más expuesta.
La condición actual de Cristina constituye una complicación para que ese sector político se configure como una alternativa de poder. Para sus seguidores, y aun más ampliamente para el peronismo, sin duda que su encierro tiene algo de mística, del aura de la proscripción al líder. Son realidades políticas y momentos históricos distintos, pero el encarcelamiento domiciliario de Cristina remite a un capítulo significativo para el justicialismo. La marcha del miércoles tuvo masividad y mostró que sigue siendo una fuerza con capacidad de convocatoria. Sin embargo, ¿es conducente electoralmente? ¿Hacia dónde lleva? Hay quienes sostienen que hoy la expresidenta es más una imposibilidad, un tapón, que una alternativa de construcción. Si todo se mantiene inalterable, ella estará presa 6 años pero, sobre todo, no podrá ejercer nunca más un cargo público. Si pretende seguir conduciendo a un sector del peronismo, lo más grande y gravitante posible, la historia reciente le marca un límite: ya incurrió una vez en el uso indebido del dedo, ya generó un Alberto, y por lo tanto esa metodología le está vedada. Para el gobierno de Milei sería sumamente fácil hacer campaña si ella ungiera como candidato a un dirigente determinado, por caso Axel Kicillof.
Por lo tanto, no puede ser ella ni tampoco podría volver a la figura del delegado. Debería elegir algún otro tipo de alquimia.
Pero, más allá de las facturas que la historia no le perdona, hay en la Cristina actual una doble dimensión que la limita como figura política. La expresidenta es una antagonista de alcance nacional; la posibilidad de que ella o lo que ella representa vuelvan al poder actúa como un argumento político potente en sectores con peso electoral, que se usa para captar votos. “Cualquiera antes que Cristina”, es simplón pero efectivo. Es decir, ella, o la idea de ella, sirven para captar voluntades en su contra.
Pero no ocurre lo mismo con los votos a favor. En ese punto, Cristina se ha vuelto un fenómeno más bonaerense que federal. Allí, en una zona, tiene su capital y su refugio. No es menor; al contrario, tiene peso. Pero no alcanza.
Cristina constituye una amenaza que junta votos en contra pero su efecto es bastante más acotado cuando debe actuar como una expectativa para los votos a favor.
A eso se suma que no sólo la expresidenta se ha convertido en un regionalismo sino que el peronismo en sí lo es. ¿Qué figura positiva de alcance federal tiene?
Se enfrenta a Milei que sí encarna un proyecto nacional: hay regiones a las que ni siquiera pisó y en las que igual consigue votos. Al frente, no sólo el peronismo está disperso y desorientado; los otros componentes de la oposición también lo están. No terminan de encontrarle la vuelta a la política actual: parecen hablar desde otra época y dirigirse a un sujeto social que ya no está. O que si está no los escucha o no les cree.
La política tiene tendencia a no dejarse pronosticar pero el escenario por venir es particularmente inescrutable ¿De dónde podrá salir un oponente serio a Milei? ¿De algún regionalismo?
La tercera vía, o una alternativa que contenga a un peronismo no kirchnerista, siempre la tuvo difícil pero algo de pie hizo en el 2023. Juan Schiaretti llegó al 7% en la primera vuelta y desde entonces está tratando de hilvanar un armado nacional. La intención del exgobernador es seguir creciendo y llegar -meta ambiciosa- al 15 por ciento a nivel nacional este año.
La lógica dictaría que para afianzar su proyección nacional, Schiaretti debería dar batalla necesariamente en su provincia; es decir, ser candidato a diputado este año. Sin embargo, todavía no ha dado señales ni indicios.
Mientras tanto, el gobernador Martín Llaryora avanza con su propia estrategia. En los últimos días insistió con que hay que terminar con la profundización de las divisiones pero, sobre todo, el oficialismo llamó la atención por un concepto: a partir de los datos del Indec, el cordobesismo empezó a hablar de que hay una “epidemia de desempleo”, producto del país que está configurando el Presidente libertario.
Llaryora viene sosteniendo que hay otro modelo y que es, obviamente, el cordobés. Apunta no sólo a conseguir que lo voten en la provincia sino a comenzar a seducir afuera