“Los sistemas judiciales del país siguen siendo patriarcales. Tenemos sistemas patriarcales a los que hay que desarticular, a los que hay que crearles condiciones de transformación, de cambio de mentalidades y de sensibilidades”.
(Dora Barrancos, socióloga e historiadora).
* * *
La madrugada del viernes 15 de marzo de 2019 iba a ser una noche de reencuentro. La noche en que Lucía Mañez (19) volvería a ver a sus compañeras de colegio que llevaban algún tiempo en San Luis. Quedaron en verse en la entrada de Factory, y cuando Lucía vio a sus amigas se fueron a la parte superior del boliche, el sector VIP, donde las mujeres suelen recibir tragos gratis. Un muchacho que estaba con sus amigas le ofreció una bebida y ella aceptó. “No sé por qué lo hice”, dice hoy. Una y mil veces se arrepentiría de eso.
Eran las tres de la mañana, calcula. La noche recién empezaba pero para Lucía acababa de clausurarse: sólo recuerda que era un fernet, “después de tomarlo ya no me acuerdo de nada más”, confía.
Dos horas después, Lucía estaba tirada junto a una verja, a pocos metros de la entrada del boliche. Seguía mareada y sin saber qué le pasaba. Su cuerpo había dejado una mancha de sangre en el piso, tenía rota la ropa interior y la pequeña cartera que le había usado a su madre tenía la tira cortada.
A las diez u once de la mañana del viernes empezó a recobrar el sentido. Sus amigas -“quienes hasta entonces eran mis amigas”, aclara Lucía- le contaron que uno de los chicos que estaban con ellas la había llevado a la vuelta del boliche, que habían tenido sexo, y le dieron la identidad de esa persona.
“Ellas lo tomaban a la risa, incluso me sacaron esa foto en la que estoy tirada y me sacaron el celular y se lo llevaron a su casa”, se lamenta.
Una vez que Lucía fue rearmando lo que le sucedió esa noche, fue a la Justicia y denunció por abuso sexual a un hombre que, según estima, hoy tiene 23 años o 24 años.
Lo identificó con nombre y apellido. Luego supo que se trataba del hijo de un dirigente gremial de la construcción, de dilatada trayectoria en la ciudad.
Sus padres están convencidos de que eso influyó en la morosidad que mostró la Justicia: diez meses después de la denuncia, en los tribunales aún no determinaron si Lucía fue abusada sexualmente, ni siquiera si fue víctima de delito alguno.
“En la fiscalía de Fernando Moine se pudo acreditar que hubo sexo pero para ellos fue consentido, por eso al muchacho nunca lo imputaron y, por lo tanto, tampoco lo indagaron”, acota indignada Rosa Sabena.
La abogada y los padres de la chica están decididos a no cejar en el esfuerzo por determinar lo que sucedió esa fatídica noche. Lucía tampoco baja los brazos.
Por eso decidió hacer público el episodio que le marcó la vida.
Desde entonces, quienes eran sus amigas se dedicaron a hostigarla en las redes sociales. Pero Lucía no está sola. Al estudio jurídico donde pactó el encuentro con Puntal llegó acompañada de Carla, su madre, y de Victoria y Rocío, las inseparables amigas que, a diferencia de las otras chicas, la sostuvieron en el peor momento.
Sólo una vez se desmoronó en la entrevista: fue cuando recordó las secuelas psicológicas que le dejó esa fatídica noche. En el resto de su testimonio se mostró entera y convencida de que no debía seguir callando. “No soy yo quien tiene que esconderse. Quiero que al abusador le dé vergüenza, no a mí, no tengo por qué estar ocultándome yo; doy la cara para que todo el mundo sepa lo que me hizo, y que se sepa que quienes se llamaban mis amigas fueron cómplices”, dice.
De aquella madrugada, cuenta que fue al boliche junto a un vecino que estaba saliendo con una de sus amigas. Una vez que encontraron a las chicas se fueron a la parte alta de Factory, donde se hace la “previa”, es decir, donde las mujeres reciben tragos gratis.
“Una de mis amigas estaba con unos chicos a los que había conocido en Río de los Sauces. Yo a ellos no los conocía. Yo había ido por ella. Eramos amigas del colegio y estábamos todo el día juntas, ¡éramos muy muy unidas! -remarca-. En un momento se da un problema con mi vecino porque mi amiga estaba con otro chico. Decidimos irnos a la pista con mi vecino para dejar que las cosas se relajaran entre ellos. Luego volví sola al lugar donde estaba ella, entonces acepté el vaso que me ofreció uno de los chicos, después no me acuerdo más”.
-¿Ni siquiera conservás alguna imagen?
-Tomé ese vaso de fernet y no me acuerdo de nada. Sólo tengo flashes, pequeñas imágenes en mi cabeza. Se me hizo una nebulosa. Algo que nunca me sucedió antes. Recién empezaba la noche, no había consumido tanto ni había hecho mezclas como para que la mente se me pusiera en blanco. Fue algo repentino. No me dio tiempo de avisar a mis amigas.
-¿Qué es lo primero que te acordás luego de eso?
-Lo primero que yo tengo presente en mi cabeza es que necesitaba algún conocido que me ayude. Era la hora en que todos estaban saliendo del boliche, las 5 de la mañana. Me vi sola enfrente del boliche y quería encontrar a alguien que me llevara a mi casa. Seguía obnubilada, recién empecé a recobrar la conciencia a las diez u once de la mañana, cuando ya estaba en mi casa. Después me vienen flashes, veo que me bajan del VIP a la pista central, que uno de los chicos me lleva a un pasillo donde hay un depósito. Es un lugar donde ya no llega la luz de la pista. Después me saca del boliche. No podía caminar, me llevaba colgando. Ya afuera me golpeo la cabeza contra el piso, en la entrada de una casa, a la vuelta de Factory. Lo próximo que recuerdo es que llegó un patrullero.
-¿Por qué estaba la Policía?
-No sé, el agente preguntó si éramos nosotros los que estábamos haciendo ruido. El chico dijo que no habíamos sido nosotros, porque recién veníamos del río. Ahí me lleva a la puerta de Factory. Mis amigas me ven ahí, querían que me fuera con ellas, pero yo solo quería volver a mi casa. Una de ellas, la única que estaba ciento por ciento consciente, me agarra el teléfono y es la que se encarga de sacarme la foto. Lo tomaba a la risa. Además de ser amiga en ese momento, esa chica es prima de mi papá.
-¿Qué hiciste cuando llegaste a tu casa?
-Cuando me desperté estaba toda dolorida, me ardía la espalda, todo el cuerpo. Me sentía sucia, tenía rota la ropa interior y con sangre. El sobre no tenía plata ni nada. La campera estaba llena de pasto y de barro. Tenía raspaduras en la espalda como si me hubieran arrastrado. No me acordaba de nada, me metí a bañarme. Desde el teléfono de una amiga le hablé a la chica que me había sacado el celular. Cuando lo fui a buscar pude hablar con esas chicas y ellas en tono de risa me contaron lo que había pasado: dijeron que me había ido con uno de sus amigos, que estaba re-pasada, que había estado con él en la entrada de una casa a la vuelta de Factory, y se reían de esa foto que me sacaron. Se reían de las marcas de manos que tenía en el cuello, la espalda, se tomaron todo como una joda. Se burlaban y aún hoy se siguen burlando.
Después de aquel traumático suceso, a Lucía le cuesta salir sola a la calle. Durante meses debió dormir en la misma habitación que sus padres y siente temor hasta de ir a una plaza a tomar mates con sus amigas, por el riesgo de toparse en la calle con la persona que ella no duda en calificar de abusador.
El expediente hoy tiene nuevo fiscal. Rosa Sabena pidió que Moine se aparte de todas las causas y ahora quedó en manos del fiscal de cuarto turno, Daniel Miralles.
¿Seguirá la Justicia sosteniendo que lo que pasó esa noche fue una relación sexual consentida?
Alejandro Fara
Redacción Puntal
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La madrugada del viernes 15 de marzo de 2019 iba a ser una noche de reencuentro. La noche en que Lucía Mañez (19) volvería a ver a sus compañeras de colegio que llevaban algún tiempo en San Luis. Quedaron en verse en la entrada de Factory, y cuando Lucía vio a sus amigas se fueron a la parte superior del boliche, el sector VIP, donde las mujeres suelen recibir tragos gratis. Un muchacho que estaba con sus amigas le ofreció una bebida y ella aceptó. “No sé por qué lo hice”, dice hoy. Una y mil veces se arrepentiría de eso.
Eran las tres de la mañana, calcula. La noche recién empezaba pero para Lucía acababa de clausurarse: sólo recuerda que era un fernet, “después de tomarlo ya no me acuerdo de nada más”, confía.
Dos horas después, Lucía estaba tirada junto a una verja, a pocos metros de la entrada del boliche. Seguía mareada y sin saber qué le pasaba. Su cuerpo había dejado una mancha de sangre en el piso, tenía rota la ropa interior y la pequeña cartera que le había usado a su madre tenía la tira cortada.
A las diez u once de la mañana del viernes empezó a recobrar el sentido. Sus amigas -“quienes hasta entonces eran mis amigas”, aclara Lucía- le contaron que uno de los chicos que estaban con ellas la había llevado a la vuelta del boliche, que habían tenido sexo, y le dieron la identidad de esa persona.
“Ellas lo tomaban a la risa, incluso me sacaron esa foto en la que estoy tirada y me sacaron el celular y se lo llevaron a su casa”, se lamenta.
Una vez que Lucía fue rearmando lo que le sucedió esa noche, fue a la Justicia y denunció por abuso sexual a un hombre que, según estima, hoy tiene 23 años o 24 años.
Lo identificó con nombre y apellido. Luego supo que se trataba del hijo de un dirigente gremial de la construcción, de dilatada trayectoria en la ciudad.
Sus padres están convencidos de que eso influyó en la morosidad que mostró la Justicia: diez meses después de la denuncia, en los tribunales aún no determinaron si Lucía fue abusada sexualmente, ni siquiera si fue víctima de delito alguno.
“En la fiscalía de Fernando Moine se pudo acreditar que hubo sexo pero para ellos fue consentido, por eso al muchacho nunca lo imputaron y, por lo tanto, tampoco lo indagaron”, acota indignada Rosa Sabena.
La abogada y los padres de la chica están decididos a no cejar en el esfuerzo por determinar lo que sucedió esa fatídica noche. Lucía tampoco baja los brazos.
Por eso decidió hacer público el episodio que le marcó la vida.
Desde entonces, quienes eran sus amigas se dedicaron a hostigarla en las redes sociales. Pero Lucía no está sola. Al estudio jurídico donde pactó el encuentro con Puntal llegó acompañada de Carla, su madre, y de Victoria y Rocío, las inseparables amigas que, a diferencia de las otras chicas, la sostuvieron en el peor momento.
Sólo una vez se desmoronó en la entrevista: fue cuando recordó las secuelas psicológicas que le dejó esa fatídica noche. En el resto de su testimonio se mostró entera y convencida de que no debía seguir callando. “No soy yo quien tiene que esconderse. Quiero que al abusador le dé vergüenza, no a mí, no tengo por qué estar ocultándome yo; doy la cara para que todo el mundo sepa lo que me hizo, y que se sepa que quienes se llamaban mis amigas fueron cómplices”, dice.
De aquella madrugada, cuenta que fue al boliche junto a un vecino que estaba saliendo con una de sus amigas. Una vez que encontraron a las chicas se fueron a la parte alta de Factory, donde se hace la “previa”, es decir, donde las mujeres reciben tragos gratis.
“Una de mis amigas estaba con unos chicos a los que había conocido en Río de los Sauces. Yo a ellos no los conocía. Yo había ido por ella. Eramos amigas del colegio y estábamos todo el día juntas, ¡éramos muy muy unidas! -remarca-. En un momento se da un problema con mi vecino porque mi amiga estaba con otro chico. Decidimos irnos a la pista con mi vecino para dejar que las cosas se relajaran entre ellos. Luego volví sola al lugar donde estaba ella, entonces acepté el vaso que me ofreció uno de los chicos, después no me acuerdo más”.
-¿Ni siquiera conservás alguna imagen?
-Tomé ese vaso de fernet y no me acuerdo de nada. Sólo tengo flashes, pequeñas imágenes en mi cabeza. Se me hizo una nebulosa. Algo que nunca me sucedió antes. Recién empezaba la noche, no había consumido tanto ni había hecho mezclas como para que la mente se me pusiera en blanco. Fue algo repentino. No me dio tiempo de avisar a mis amigas.
-¿Qué es lo primero que te acordás luego de eso?
-Lo primero que yo tengo presente en mi cabeza es que necesitaba algún conocido que me ayude. Era la hora en que todos estaban saliendo del boliche, las 5 de la mañana. Me vi sola enfrente del boliche y quería encontrar a alguien que me llevara a mi casa. Seguía obnubilada, recién empecé a recobrar la conciencia a las diez u once de la mañana, cuando ya estaba en mi casa. Después me vienen flashes, veo que me bajan del VIP a la pista central, que uno de los chicos me lleva a un pasillo donde hay un depósito. Es un lugar donde ya no llega la luz de la pista. Después me saca del boliche. No podía caminar, me llevaba colgando. Ya afuera me golpeo la cabeza contra el piso, en la entrada de una casa, a la vuelta de Factory. Lo próximo que recuerdo es que llegó un patrullero.
-¿Por qué estaba la Policía?
-No sé, el agente preguntó si éramos nosotros los que estábamos haciendo ruido. El chico dijo que no habíamos sido nosotros, porque recién veníamos del río. Ahí me lleva a la puerta de Factory. Mis amigas me ven ahí, querían que me fuera con ellas, pero yo solo quería volver a mi casa. Una de ellas, la única que estaba ciento por ciento consciente, me agarra el teléfono y es la que se encarga de sacarme la foto. Lo tomaba a la risa. Además de ser amiga en ese momento, esa chica es prima de mi papá.
-¿Qué hiciste cuando llegaste a tu casa?
-Cuando me desperté estaba toda dolorida, me ardía la espalda, todo el cuerpo. Me sentía sucia, tenía rota la ropa interior y con sangre. El sobre no tenía plata ni nada. La campera estaba llena de pasto y de barro. Tenía raspaduras en la espalda como si me hubieran arrastrado. No me acordaba de nada, me metí a bañarme. Desde el teléfono de una amiga le hablé a la chica que me había sacado el celular. Cuando lo fui a buscar pude hablar con esas chicas y ellas en tono de risa me contaron lo que había pasado: dijeron que me había ido con uno de sus amigos, que estaba re-pasada, que había estado con él en la entrada de una casa a la vuelta de Factory, y se reían de esa foto que me sacaron. Se reían de las marcas de manos que tenía en el cuello, la espalda, se tomaron todo como una joda. Se burlaban y aún hoy se siguen burlando.
Después de aquel traumático suceso, a Lucía le cuesta salir sola a la calle. Durante meses debió dormir en la misma habitación que sus padres y siente temor hasta de ir a una plaza a tomar mates con sus amigas, por el riesgo de toparse en la calle con la persona que ella no duda en calificar de abusador.
El expediente hoy tiene nuevo fiscal. Rosa Sabena pidió que Moine se aparte de todas las causas y ahora quedó en manos del fiscal de cuarto turno, Daniel Miralles.
¿Seguirá la Justicia sosteniendo que lo que pasó esa noche fue una relación sexual consentida?
Alejandro Fara
Redacción Puntal
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