El edificio María Reina V, una mole de quince pisos sobre bulevar San Juan al 600, se desplomó parcialmente. Una pared lateral, un bloque entero de ladrillos, cayó como una lluvia de piedra sobre un bar lleno de gente. Fue una caída seca, brutal. Ramiro Alaniz Cortés, de 34 años, murió mientras pedía la cuenta. Había ido a cenar con amigos. Otros resultaron heridos. En segundos, el cemento se tragó la noche.
Pero esta tragedia no llegó así, de repente como el viento de esa noche. Fue, como dijo la abogada Karina Zeverin, directora del estudio jurídico Zeverin & Asociados, "la crónica de un final anunciado". La letrada viene litigando en nombre de Gabriela Manfredi, quien en 2010 abrió allí mismo su bar, Manhattan, contiguo al edificio que por entonces se levantaba en obra. "Desde el comienzo supimos que esa construcción era peligrosa", recordó.
Manfredi, representada por Zeverin, demandó a la constructora Fito SRL por daños y perjuicios. Documentó caída de escombros, mugre, obstrucción de veredas, y un despliegue constante de negligencia. Constataciones municipales, actas de escribano, testimonios de clientes: el expediente creció como un archivo del desamparo. Una clienta, incluso, salvó su vida por centímetros cuando un ladrillo cayó justo a su lado mientras tomaba un café en la vereda. Nadie escuchó. O sí, pero nada se hizo.
La sentencia, dictada por el Juzgado de 1° Instancia en lo Civil y Comercial 12ª Nominación, le dio la razón parcialmente. Reconoció que hubo daños, que hubo desidia, pero dictaminó una indemnización que la parte demandante consideró "exigua". Se entendió que, como el bar podía abrir por la tarde noche, cuando la obra cesaba, el perjuicio no había sido completo. La apelación subió a la Cámara Segunda, donde hoy espera resolución.
Pero lo que quedó claro es que ya entonces la obra era una amenaza. “Se pidió preventivamente la clausura”, explicó la Dra. Zeverin. “La justicia y la Municipalidad constataron los peligros. No era sólo incomodidad: era riesgo real para los transeúntes, los clientes y para la propia estructura vecina”.
La obra siguió. El edificio se terminó. Incluso obtuvo su "final de obra" bajo normas vigentes. ¿Qué se inspeccionó? ¿Qué se firmó? ¿Quién garantizó que todo estaba en orden? Son preguntas que hoy sobrevuelan las ruinas.
En esa misma esquina, donde hace más de una década funcionó Manhattan, hoy estaba Posto. Un bar moderno, muy concurrido y fuente de trabajo para al menos 10 personas. Tras el derrumbe, quedó destruido. Su fachada, su techo, su alma. En redes sociales, los dueños anunciaron lo inevitable: el cierre definitivo. Fue un mensaje breve, cargado de dolor. "Nos duele en lo más profundo despedirnos así", escribieron. No hubo tiempo para salvar nada. Ni copas, ni mesas, ni recuerdos, mucho menos para despedidas.
Desde el Ministerio Público Fiscal informaron que se pidió la intervención de la Universidad Tecnológica Nacional para peritar el edificio y entender qué provocó el colapso. La Policía Judicial, con drones y especialistas, realizó un relevamiento del sitio. La Municipalidad cerró el perímetro y dio 24 horas al consorcio para presentar un plan de trabajo. También asistió a los vecinos colindantes, reubicándolos por riesgo de nuevos desprendimientos.
Todas las partes coinciden sin dudar que aquí lo insalvable es la pérdida de la vida del joven oriundo de Villa Dolores. En ese sentido, la Dra. Zeverin es contundente: “No sabemos si la muerte de Ramiro pudo haberse evitado, pero sí sabemos que la obra nunca debió continuar así. Que hubo desidia desde su génesis. Que hubo alertas. Y que no fueron escuchadas”.
Hoy, la causa civil sigue en apelación. Se espera una nueva sentencia. Pero para la justicia penal, la historia recién comienza. Las pericias dirán si el revestimiento que cayó lo hizo por falla estructural, por mal mantenimiento o por error en la construcción. Pero en barrio Güemes, la sensación es unánime: el edificio ya hablaba desde hace tiempo. Ladrillos que caían, veredas intransitables, mesas corridas, toldos rotos, noches de ruido y tierra.
El ruido del derrumbe aún resuena. No sólo fue concreto el que se vino abajo. También colapsaron las garantías, los controles, la confianza. Un bar cerró para siempre. Una madre perdió a su hijo. Un hijo a su padre. Mientras tanto, una frase quedó colgando en el aire, como un escombro suspendido: “Siempre supimos que se iba a caer”.