Ya finalizando el recital, Ana Archetti saludó la posibilidad que ofrece el ciclo “Matices” a creadores de una música que no sólo es difícil de comunicar debido a la regimentación cultural que padecemos, sino que además es casi imposible de “colocar”, en el sentido de conseguir espacios para tocarla.
Vale comenzar por allí porque no cabe duda que esa creación de cruce que proponen, y que presentaron en toda su plenitud, el brasileño Salomão Soares y el trío que forman la misma Ana Archetti con Alan Plachta y Martín Sued, parte de mirar de frente la dificultad que su música le propone al espectador.
Disruptiva en varios aspectos, esa creatividad que ha echado evidentemente el lastre de las fórmulas, resulta un desafío por todo lo alto: para los oídos poco entrenados pero también para ellos mismos, que sin ninguna duda se obligan a desmarcarse por la vía de la experimentación.
Cuidado, no quiere decir que se trate de una música que goce de producir rarezas, sino que su tratamiento tímbrico, su desbordante imaginación armónica no se asienta en cánones y que sus desarrollos melódicos sacuden la previsibilidad por toda la línea.
Ya en el inicio, a cargo de Salomão Soares, a piano solo, con temas de Egberto Gismonti y creaciones propias, se empezó a definir que se iba al encuentro de un desarrollo musical provocador de las comodidades auditivas generadas por la costumbre.
Y la verdad es que la experiencia resultó así de movilizadora porque en el resto del recital se combinaron creaciones del trío, de otros autores y del propio pianista, un intérprete también muy particular, dueño de una digitación muy expresiva y de dedos que se deslizan sobre el teclado como patas de araña.
Cuatro excelentes músicos
Desarrollando en general una particular dilución de lo rítmico, no la desaparición claro, y ese tratamiento melódico quebrado, los cuatro excelentes músicos (hay que contar con subrayado la parte vocal con Archetti remedando los instrumentos) generan una profunda atmósfera interpretativa que parece expresarse como un juego pero que apoya las improvisaciones con lo escrito.
Resulta difícil hacer una lectura individual de los temas porque la combinatoria fluye aunque los puntos referenciales sean diferentes, y porque cuando a los ya nombrados se suma el aporte impecable de la guitarra de Platcha y el bandoneón de Sued, se amplifica ese gusto por el detalle que resulta común a cada pieza elegida, dentro de un programa muy homogéneo a pesar de que se juega muchas veces con la fragmentación en el interior del discurso.
Igual se expresa en esos solos iniciales del pianista brasileño, que cuando Archetti parafrasea con su voz al acordeón que ella misma interpreta, o cuando a dúo, Sued y Plachta precisan un juego casi minimalista: en todos los casos se genera una confortante sensación de continuidad, un clima en esa música rica en claroscuros, sólidamente estructurada y audaz en la improvisación, que cruza San Paulo con el jazz y la música del litoral, para encontrar una sonoridad personal, que acaricia por lo bajo, develando secretos.
R.S.
Disruptiva en varios aspectos, esa creatividad que ha echado evidentemente el lastre de las fórmulas, resulta un desafío por todo lo alto: para los oídos poco entrenados pero también para ellos mismos, que sin ninguna duda se obligan a desmarcarse por la vía de la experimentación.
Cuidado, no quiere decir que se trate de una música que goce de producir rarezas, sino que su tratamiento tímbrico, su desbordante imaginación armónica no se asienta en cánones y que sus desarrollos melódicos sacuden la previsibilidad por toda la línea.
Ya en el inicio, a cargo de Salomão Soares, a piano solo, con temas de Egberto Gismonti y creaciones propias, se empezó a definir que se iba al encuentro de un desarrollo musical provocador de las comodidades auditivas generadas por la costumbre.
Y la verdad es que la experiencia resultó así de movilizadora porque en el resto del recital se combinaron creaciones del trío, de otros autores y del propio pianista, un intérprete también muy particular, dueño de una digitación muy expresiva y de dedos que se deslizan sobre el teclado como patas de araña.
Cuatro excelentes músicos
Desarrollando en general una particular dilución de lo rítmico, no la desaparición claro, y ese tratamiento melódico quebrado, los cuatro excelentes músicos (hay que contar con subrayado la parte vocal con Archetti remedando los instrumentos) generan una profunda atmósfera interpretativa que parece expresarse como un juego pero que apoya las improvisaciones con lo escrito.
Resulta difícil hacer una lectura individual de los temas porque la combinatoria fluye aunque los puntos referenciales sean diferentes, y porque cuando a los ya nombrados se suma el aporte impecable de la guitarra de Platcha y el bandoneón de Sued, se amplifica ese gusto por el detalle que resulta común a cada pieza elegida, dentro de un programa muy homogéneo a pesar de que se juega muchas veces con la fragmentación en el interior del discurso.
Igual se expresa en esos solos iniciales del pianista brasileño, que cuando Archetti parafrasea con su voz al acordeón que ella misma interpreta, o cuando a dúo, Sued y Plachta precisan un juego casi minimalista: en todos los casos se genera una confortante sensación de continuidad, un clima en esa música rica en claroscuros, sólidamente estructurada y audaz en la improvisación, que cruza San Paulo con el jazz y la música del litoral, para encontrar una sonoridad personal, que acaricia por lo bajo, develando secretos.
R.S.