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Vidas Trans

Según la autora "asumir lo que somos es una de las tareas más difíciles de conquistar en el marco terapéutico y en casi cualquier otro marco"

Como psicóloga he trabajado años, ingresando en el proceso de crecimiento de muchas personas. Experiencias de la niñez, vínculos parentales, historias de la primera infancia, motivación, autoestima, dificultades de socialización, solidaridad, auto cuidado, desvalorización, violencia, empatía, capacidad de trabajo, control de adicciones, desarrollo económico, desarrollo profesional, fijaciones varias y dificultades históricas que atraviesan las personas durante su vida -entre otros- son los factores comunes de mi trabajo y el de mis colegas.

No pretendo olvidarme de la innegable valoración que tiene para nuestra académica y psicológica lectura de la humanidad, los principios aportados desde la psicología evolutiva, con sus múltiples contribuciones. Criterios sobre lo que es adecuado o no, conforme las normas de crecimiento psicoemocional.

Todo este collage de experiencias, capacidades, incapacidades y dolores varios van constituyendo la personalidad y carácter de todos los mortales. En otro tiempo de mi vida profesional, hubiera dicho “todas las personas”, pero hoy ya no lo podría pensar así:

Conocí a muchas personas que casi sin ninguna posibilidad (económica, afectiva, ni académica, y demás) habían llegado a niveles de solidaridad, empatía, respeto por sí mismos, el otro, por el dolor y la dificultad, capacidad de amar, de trabajar, atentando contra cualquier pronóstico y diagnóstico.

Asumir lo que somos es una de las tareas más difíciles de conquistar en el marco terapéutico y en casi cualquier otro marco. Me estoy refiriendo al colectivo trans que espero tener cerca el resto de mi vida no solo profesional sino personal.

Estaba acostumbrada a trabajar para que alguien asuma lo que siente, no solo por otro, sino por sí mismo. Asumir lo que quiere, lo que sueña, lo que necesita evitar y lo que necesita transformar, fueron, son y serán el abc de muchas sesiones terapéuticas. Las dificultades de expresión, de autoestima se ven conjugadas permanentemente con mentiras y engaños no solo a otros sino a ellos mismos. Gran parte de los problemas de la conducta tienen su raíz en la mentira. Lo no dicho. Evitar conflictos, negando cualquier esencia.

La legitimación de la mentira como escudo de trampas, dobles vidas, siempre ha sido uno de los principales corruptores de la salud emocional.

Así, mentir en relación a lo que sentimos es el primer paso para enfermarnos de diferentes maneras.

Asumir mi deseo, lo que siento, lo que pienso, como quiero mostrarme, como siento mi cuerpo, por quien siento atracción, superándome y aceptando lo que siento y lo que soy, es un desafío que una persona del colectivo trans entendió mucho antes de entrar en cualquier consultorio terapéutico. Sin embargo, las personas trans sufren constantes agravios sociales: abusos físicos, económicos, violencias médicas, institucionales, mediáticas y abusos emocionales. Creo que esto habla de nuestra consolidada hipocresía personal y social. Habla de nuestra necesidad de descalificar, seguramente para no vernos obligados a cuestionar la vara con la que medimos nuestra conducta.

El nivel de atrocidades de dichos ataques, no tiene explicación. La justicia parece mirar para otro lado, los derechos humanos al parecer, no aplican a cualquier humano. El derecho a trabajar, a la educación, a la salud, están infinitamente postergados en este colectivo.

Años de golpizas callejeras, cuerpos avasallados por las intervenciones domésticas con sustancias no adecuadas, buscando poder expresar lo que se siente, lo que se quiere, lo que se es.

Pareciera entonces que el colectivo trans tiene mucho para contarnos de la fuerza que tiene querer. El enorme poder que tiene conectar con lo que sentimos, con lo que somos.

Querer poder, querer aprender, querer ayudar, querer amar, trabajar, respetar y sobre todo, querer ser uno mismo.

(*) Psicóloga | MP 9371