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Una intervención articulada para la protección de la salud mental de la infancia

Especialista advierte la falta de una política global, en nuestro país, que brinde un contexto de certidumbre para los niños, niñas y adolescentes

A mediados de 2020, desde el Centro de Investigación en Neuropsicología Cognitiva Nodos, conjuntamente con diferentes escuelas de la ciudad, se llevó adelante una investigación con el objetivo de conocer el estado emocional de adolescentes escolarizados de la ciudad de Río Cuarto durante el aislamiento social, la misma se tituló “Inestabilidad emocional, afrontamiento y compromiso académico durante el aislamiento social en adolescentes escolarizados” y estuvo bajo la dirección del Dr. Juan Pablo Zorza y la Dra. Valeria Morán.

Algunos de los resultados encontrados en ese momento hablan de que un 64,2% de los 488 estudiantes analizados pertenecientes a 5 colegios de la ciudad de Río Cuarto, se sentían impacientes algunas veces o casi siempre, mientras que un 27% “no pueden esperar y hacen las cosas que quieren rápidamente”. Un 22% de los adolescentes sintió enojo ante el aislamiento social pero sin repercutir de manera significativa en sus relaciones interpersonales, ya que un bajo porcentaje mencionó tener peleas o discusiones. Por otro lado, un 17 % se sintieron tristes muchas veces, y un 23 % lloraba con frecuencia. “En este caso, el llanto puede relacionarse con la expresión de la tristeza o angustia, que demarcaría el otro polo de inestabilidad emocional presente, relacionado con cuadros más depresivos. En este sentido, el cambio abrupto de las rutinas, la incertidumbre del contagio y la limitación del movimiento y el contacto con sus pares, se vinculó en menor porcentaje a estados emocionales de baja intensidad, ensimismamiento y tristeza, y en mayor medida, con niveles elevados de activación emociona vinculados con la ansiedad, la frustración y el enojo”, dice el estudio textualmente.

Desde Salud & Ciencia hablamos con uno de los directores del estudio para conocer cuál es la perspectiva actual en este contexto. “Estas manifestaciones fueron una respuesta al contexto de aislamiento, no quiere decir que sean niños y niñas con problemas psicológicos, pero si pueden (a partir de ese aislamiento) desarrollar cuadros crónicos”, explica Juan Pablo Zorza, Dr. en Psicología (MP 4512).

Emociones y relación con los pares

“Nos llamó la atención que el espacio virtual generó una desmotivación muy grande, falta de esfuerzos, de energía y la imposibilidad de concentrarse en la cuestión académica. Uno tenía el pre concepto de que los adolescentes manejan las redes y se comunican por esa vía, pero el estudio marca claramente que para ellos no ha sido lo mismo esa conexión que poder encontrarse cara a cara con sus pares. Esa experiencia personal para ellos es una forma de regular sus propios estados emocionales, contándose lo que les pasa, experimentando la mirada, los gestos; en el asilamiento tuvieron cambios de rutinas y perdieron esos grupos que les ayudaba a transitar esos cambios”, detalla el profesional.

La investigación habla del impacto emocional para un subgrupo que va del 7 al 28%, dependiendo la edad, con consecuencias psicológicas de mayor gravedad más allá de la inestabilidad emocional, siendo los adolescentes que cursan sexto año los más afectados. En ese sentido, la posibilidad de brindar espacios de relación con sus pares, recreativos y deportivos, considerando las medidas epidemiológicas necesarias, permitiría atenuar el impacto emocional de la cuarentena, asegura el resumen del trabajo.

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Ahora bien, “muchos de los niños que recibieron un apoyo familiar, que tuvieron entornos donde se pudieron sostener rutinas sanas, pudieron regular sus emociones y canalizarlas por ese apoyo. Hoy creemos que esos adolescentes están recuperando sus funciones habituales en los espacios donde pueden desempeñarse”, señala el Dr. Zorza.

La necesidad de una intervención articulada

La separación entre políticas de salud pública, por un lado, y de educación por otro, ha dado acabadas señales de no llevar a ningún buen puerto. En ese sentido, el Dr. Zorza entiende que “en nuestro país no se ve lo que se requiere, que es una intervención global y articulada entre el sector salud y educación que lleve adelante la protección de la salud mental de la infancia, estamos viendo todo lo contrario. Lo que necesita el niño o la niña es certidumbre, la posibilidad de saber que los adultos tienen claridad en un acuerdo para poder ayudarlos y justamente eso es lo que no se ve”.

En el plano escolar los escenarios seguirán siendo duales, presencialidad y virtualidad, por lo que parece central “poner el foco en la educación emocional a partir de esta convivencia y trabajar estrategias con los docentes para que ellos también tengan un espacio donde atender sus vivencias estresantes y puedan desarrollar competencias emocionales que pongan en juego en la relación con los estudiantes. Respecto de los estudiantes es importante ayudarlos a regular sus emociones y seguir conectados socialmente a partir de la situación que vivimos”.

Juan Pablo Zorza asegura que en algunas escuelas esto se está llevando adelante “pero lo que sí falta es una política global de atención a la salud mental infantil que pueda dar cuenta de esto de manera articulada, es lo que más falta en nuestro país”.