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La posibilidad del equilibrio

Por su desempeño en la crisis sanitaria, Alberto Fernández cosecha inéditos índices de imagen positiva. Pero es una posición inestable, condicionada por los resultados y la economía.

Alberto Fernández nunca había sido un líder. Pasó su carrera política en la segunda línea y, de un momento a otro, amaneció ungido candidato. Se convirtió en Presidente y. desde el inicio mismo, sus detractores le reprocharon esa debilidad de origen: el poder real estaba en Cristina, no en él.

Como desafío central, debió afrontar la tormenta económica, la recesión y la deuda, pero desde que asumió no consiguió hacer pie del todo: en el manejo de la crisis hubo descoordinaciones internas, marchas y contramarchas, con anuncios que eran desmentidos a los pocos minutos, y una estrategia ante los acreedores al menos críptica. Esas situaciones atentaban contra la construcción del Presidente como conductor por sí mismo. Lo disminuían.

Hasta que llegó el coronavirus.

La pandemia ha desatado una miríada de efectos, casi todos enormemente negativos por supuesto, y también acarreó una reconfiguración política. Primero del propio Fernández, que no dudó en definir rápidamente el perfil que iba a sostener durante la crisis sanitaria. Se puso al frente y, desde ese momento, las voces disonantes dentro del gobierno se acallaron. Hoy quien habla, conduce y decide es Alberto Fernández.

Y la sociedad lo recibió mayoritariamente bien, se encolumnó porque, cuestión fundamental en una situación límite, el Presidente pareció tener claro desde el arranque -más allá del desacertado pronóstico inicial del ministro Ginés González García sobre la fecha en que se producirían los primeros casos- cómo debía actuar y sostuvo esa definición sin zigzagueos.

El resultado es confianza. Hoy, según marcan las encuestas y se percibe en la calle, Fernández ejerce el liderazgo. Aunque el desafío para él es la temporalidad de esa situación, y la posibilidad de sostenerla.

Según un trabajo de la consultora Analogías, el Presidente cosecha hoy un 93,8% de imagen positiva. Una excepcionalidad, sobre todo después de la grieta que dividió al electorado en dos desde 2015 hasta hace pocas semanas, sólo explicable por un contexto extraordinario.

Al 71,9% de los argentinos le interesa mucho lo que dice el jefe de Estado en sus mensajes y entrevistas, y a otro 21,7% le interesa bastante. El 82,9% cree que los empresarios están especulando con los precios en plena pandemia y casi el 60% vería con simpatía que el Estado tome el control de la producción de bienes básicos si los propietarios de las firmas siguen aprovechándose.

El coronavirus ha provocado una valoración de la palabra política que no se veía desde hace mucho y, sobre todo, una recuperación de la autoridad presidencial. Y no sólo en lo que atañe a la figura de Alberto Fernández, sino sobre todo en lo que respecta al cargo en sí y a las expectativas que se concentran en él.

Una consecuencia evidente es que hoy, en la política, se construye desde el acompañamiento a las medidas dictadas por la Nación y no desde la grieta, una conducta que sería casi suicida. La oposición lo ha entendido y por eso actúa como lo hace. En los últimos días, Juntos por el Cambio inició una campaña para reclamarle al Gobierno que haga tests masivos y abandone la estrategia actual, pero debió volver sobre sus pasos e instalarse en la actitud original de apoyar al Presidente. Además, Cambiemos no tiene demasiada autoridad moral para cuestionar el manejo de la salud pública.

El poder potencial que genera el estado de opinión coyuntural es inmenso. Podría sostenerse entonces que Alberto Fernández está en condiciones de hacer y deshacer a su antojo. Sin embargo, sería una conclusión aventurada. Y, a juzgar por sus acciones, el propio Presidente lo sabe perfectamente.

La suya es una posición inestable. Que aparece condicionada fundamentalmente por dos factores: el sanitario y el económico.

Los índices de popularidad de Alberto Fernández, que surgieron más que nada de la percepción de la gente sobre su manejo de la situación, podrían terminarse tan meteóricamente como empezaron si su estrategia para contener la pandemia, que les está costando un ingente esfuerzo a los argentinos, se evidencia equivocada o si el sistema sanitario no consigue responder.

El segundo elemento es la economía. Por ahora, se impone el convencimiento, en el Gobierno y en la mayoría de los argentinos, de que la salud debe prevalecer por sobre las consecuencias de la parálisis derivada de la cuarentena.

Sin embargo, ese criterio podría alterarse si el aislamiento obligatorio se extiende, como se da por descontado, y comienzan a manifestarse complicaciones más graves en lo económico y social. Las entidades empresarias, entre ellas el Cecis, han advertido que se cortó la cadena de pagos porque la facturación en gran cantidad de rubros pasó casi a cero, y que en los primeros días de abril, que ya se avecinan, habrá empleadores que no podrán pagar los sueldos. Aseguraron además que los anuncios para las empresas, como el pago de un porcentaje de los salarios, siguen en la nebulosa.

¿Cuántas familias podrán vivir de sus ahorros? ¿Durante cuánto tiempo? Las medidas de emergencia que dio a conocer el Ejecutivo nacional, sobre todo el Ingreso Familiar de Emergencia, apuntan, como es lógico, a las familias de menores recursos. Un estudio de la consultora Lephare, del extitular del Pami, Gonzalo Luján, realizado sobre la Encuesta Permanente de Hogares, señala que el 31% de las familias riocuartenses recibirán esa asistencia. Son, principalmente, quienes se quedaron sin ingresos a partir del confinamiento obligatorio.

Pero hay un universo enormemente significativo, el de los trabajadores formales, que seguirá atado a la expectativa de su sueldo. Si la advertencia de los empresarios se cumple, esa expectativa podría transformarse en frustración.

A ese sector no lo alcanzan las medidas y habrá que ver cómo se comporta. Los trabajadores vienen soportando una pérdida sostenida del poder adquisitivo ante una inflación anual del 54% y la franja con capacidad de echar mano a reservas es exigua. Según una encuesta que la consultora Zuban Córdoba y Asociados dio a conocer ayer, el 60% de la gente cree que es muy probable que tenga dificultades para afrontar sus gastos el mes que viene, mientras que el 28% considera que es “algo probable”.

Fernández parece tener asumido que un segundo tramo de cuarentena implicaría un sacrificio aún mayor y que, por lo tanto, el costo político podría ser considerable. Por eso, el anuncio de la decisión se viene postergando y, en las últimas horas, el Presidente multiplicó las consultas a especialistas y pidió el apoyo de gobernadores y dirigentes para avanzar en la segunda estación del Vía Crucis.

Salud o economía planteadas como opciones excluyentes es una disyuntiva de alto riesgo. Más todavía en un país como Argentina, que arrastra una crisis lacerante y prolongada. Alberto Fernández deberá sondear, aun en medio de un contexto crítico como el actual, la posibilidad del equilibrio.