Por Jorgelina Ana Di Carlo para Rostros & Rastros (*)

Las vacaciones representan, probablemente, un momento anhelado y esperado, el tan ansiado descanso por fin llega. No obstante, sabemos que, lograr disfrutarlas, es también un “trabajo” en sí mismo que demanda dedicación y esfuerzo.

La planificación con cierta antelación, de acuerdo al destino, al tiempo que se estará afuera, a quienes participarán, resulta indispensable. A esta situación se agregan características propias cuando se trata de las vacaciones de las llamadas familias ensambladas, los tuyos, los míos y en, algunos casos, los nuestros.

La convivencia de una familia ensamblada convoca al ejercicio de la flexibilidad, la paciencia, y la creatividad. A los lugares conocidos y nominados culturalmente, “mamá”, “papá”, “hijo”, se agregarán lugares otros, nuevos, inaugurales en algunos casos, que requieren de inventiva y reflexión para ser habitados. Mientras que en la familia moderna, los lugares “madre-padre-hijo” y sus respectivas funciones estaban establecidos, en la familia posmoderna, como es el caso de las familias ensambladas, los lugares no están configurados de antemano, dejando un espacio importante para la creación y la autoconfiguración. Esto puede constituirse en causa de padecimiento o, por el contrario, en motivo de estimulante desafío.

Cuando los ideales sociales no pueden ser interrogados, funcionan, muchas veces, como una fuente de malestar y sufrimiento. La tensión permanente entre lo colectivo y lo singular, se anula en favor de lo social, descuidando la apropiación, siempre particular y transformadora, que cada grupo familiar hará de los enunciados del conjunto social al que pertenece. Lo que fuera considerado esperable, natural, o “normal” en un determinado momento puede tornarse descontextualizado en otro momento vital e histórico, generando dolorosas vivencias de inadecuación.

La vida familiar hoy en general, y el caso de las familias ensambladas en particular, requiere de una actitud exploratoria, abierta hacia nuevas determinaciones, con modelos diversos, alejados de un modelo fijo e inmóvil. Podríamos pensar que hoy existen “las familias” y no la familia en singular.

Las vacaciones enfrentan a las familias a un tiempo compartido, mayor del habitual; ausentes las obligaciones cotidianas, y sin nada en el horizonte, más que disfrutar y pasear, la jornada suele imponer una convivencia intensiva. La misma requiere de nuevas tareas, ya que nos encontraremos con situaciones y vicisitudes novedosas, diferentes de las habituales y ordinarias.

Vacaciones, allá vamos!

Proyectar las vacaciones compartidas, enfrentará a cada pareja y/o familia con preguntas sobre si este es el momento adecuado, si los niños y ellos mismos están disponibles para esta aventura. La pregunta singular, del caso por caso, alejada de ideales o modas sociales, brindará una orientación sobre el rumbo a seguir.

A la hora de definir el destino, y el tiempo de permanencia, habrá que considerar la edad de los niños implicados, las vivencias grupales compartidas anteriores a las vacaciones, las cuales servirán, al menos en parte, para diseñar estrategias facilitadoras; mejorará la experiencia, sin dudas, que haya instancias previas de convivencia, aunque sean más breves y acotadas. Probablemente sea mucho mayor el desafío si se trata de ensayar una primera convivencia en tiempo de vacaciones, los resultados pueden ser insatisfactorios y señalar una mala experiencia de comienzo.

Cuando se trata de una familia ensamblada, debemos saber que participarán del proyecto, de distinto modo, varias personas con diferentes opiniones, gustos, y costumbres. Al momento de instalarse en el destino elegido, es probable que las diferencias de crianza, en especial cuando hay niños pequeños, se expongan con mayor determinación en la convivencia diaria, distintos horarios, hábitos, dirán presente más temprano que tarde.

¿Sería necesario unificar esas diferencias en un único criterio regulador? Cada familia construirá sus estrategias, sus respuestas, en las que no podrán estar ausentes el diálogo y el intercambio, no tanto con aspiraciones de persuasión y convencimiento, sino más vale, de curiosidad y descubrimiento por el pensamiento del otro, que dé lugar a la creatividad sostenida en el afecto compartido. Que promueva el pensamiento conjunto, el espacio para producir ideas, discutirlas, “hacerlas trabajar”.

Quizás sea necesario preguntarnos ¿Qué significa estar de vacaciones? ¿Qué significa descansar? Los conflictos son parte constitutiva de los vínculos humanos, pueden ser sofocados para que no se manifiesten, y entonces se recurre a dinámicas como el silencio para evitar confrontar; o pueden ser, en una justa medida, espacio de crecimiento mental y vincular.

Si tal vez podemos considerar a los desacuerdos, las diferencias, como manifestaciones esperables de la vida familiar, se recurra menos al silencio, al aislamiento y en última instancia, a la descomplejización vincular, como estrategia promovida, y surja, en cambio, la posibilidad de enriquecimiento y descubrimiento mutuo, en vacaciones o fuera de ellas.

(*) Psicóloga | Mda. en familia y pareja (MP9737)