La dinámica de los acontecimientos se le volvió unánimemente en contra a Milei. La política ya no le responde -perdió inobjetablemente en Buenos Aires y en el Congreso encadena sólo malas noticias-, pero tampoco la economía. Ni los mercados. El dólar llegó a 1.515, los bonos soberanos se derritieron a niveles similares a los que dejó el kirchnerismo y hay un solo país en el continente que tiene un riesgo país más alto: la Venezuela de Maduro.
“El dólar flota, por lo tanto, a cualquiera que le parezca que está barato, le diría: ‘agarrá los pesos y comprá, no te la pierdas, campeón’”, dijo el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, hace apenas 80 días. Al “Messi de las Finanzas”, su ámbito, su lugar en el mundo, el mercado, le dio la espalda a partir de esa fecha. El dólar pasó de $ 1.240 a $ 1.515 desde entonces y el Central está quemando reservas a un ritmo de 367 millones por día. Ahora, la esperanza del oficialismo es que Donald Trump, el histriónico presidente norteamericano, rescate a su amigo del naufragio. Pero sería, si nada cambia de fondo, sólo un alivio temporario.
Es un contexto inédito para un gobierno que había desarrollado una personalidad que sólo puede sostenerse con viento a favor. Las bravuconadas al estilo Milei, las canchereadas al estilo Caputo caducan cuando los resultados empiezan a ser extendidamente desfavorables. Es en las crisis, en el precipicio de una situación extrema como la actual, cuando se ve de qué está hecho realmente un gobierno. O un presidente. Qué temple tiene, cómo actúa bajo presión. En el caso de Milei no hay parámetros previos que puedan ayudar a predecir su comportamiento; su experiencia política es escasa. Los únicos antecedentes son su actuación en las tensas semanas recientes, caracterizada por el inmovilismo y la negación, y sus rasgos de personalidad no del todo estables. La gestión de Milei necesita dos componentes: un liderazgo claro y gestión de la crisis. Ya no alcanza con que el Gordo Dan tuitee o Laura Soldano constele: el interrogante principal en estos días difíciles es qué capacidad tiene el gobierno y de qué herramientas dispone, tanto políticas como económicas, para evitar otra crisis explosiva.
El deterioro que viene sufriendo el gobierno es trasladable, por supuesto, a los funcionarios. Caputo es un ministro debilitado, un mago al que los trucos ya casi no le salen. Y el mismo nivel de desgaste padece Milei. En ese contexto, con una economía imprevisible, tiene que afrontar una elección decisiva el 26 de octubre. Es su única tabla de salvación: convencer a la gente, como dijo en Córdoba el viernes, de que las penurias actuales son parte de un proceso que necesita más tiempo, que después todo será próspero.
Milei llegó a Córdoba el viernes para iniciar su campaña en una provincia que le dio un abrumador 74% en el balotaje de 2023. Sin embargo, su desembarco terminó dando indicios claros de la magnitud de su erosión política. No hay que buscar esas señales en el acto que hizo para la militancia, aunque no haya habido la marea de gente que los libertarios aseguran haber visto. La Libertad Avanza no necesariamente movió multitudes en 2023 en la provincia y aún así se llevó 74 de cada 100 votos. La concurrencia a un acto es un dato secundario, menor.
Pero fue el otro ámbito en el que estuvo, en la Bolsa de Comercio, donde fue evidente que la sustentación de Milei ya no es la que era. El Presidente siempre asentó su poder en dos pilares: el 56% de 2023 y el acompañamiento del círculo rojo, para ponerlo en términos de su exaliado Mauricio Macri.
Hubo dos cambios muy notorios en la disertación de Milei ante los empresarios: el del propio Presidente, que ya casi no insulta sino que se ha moderado después de la derrota ante Kicillof, pero, sobre todo, el del auditorio. La frialdad de quienes lo escuchaban, los mismos que solían festejarlo con ovaciones y risas, se llevó toda la atención. Aplausos tibios, debiluchos, casi por compromiso. Ni siquiera le festejaron las esporádicas “humoradas” que dejó caer el Presidente y que antes parecían hilarantes. Tampoco despertaron al selecto público sus apelaciones a que la oposición es la responsable de las turbulencias actuales; es decir, ese argumento empieza a encontrar sus limitaciones de verosimilitud.
Algo se alteró ostensiblemente en ese escenario que debía ser una zona de confort. Entonces, si la economía sigue sin hacer pie, a Milei le queda como único recurso lograr la indulgencia de la misma población que está sufriendo su ajuste.
En el discurso ante la Bolsa de Comercio se vio a un Presidente que, en contra de la propia versión que ha venido dando de sí mismo, intentó mostrarse empático, dijo comprender que hay gente que la pasa mal, pero pidió un último esfuerzo. Son tantos sus logros, aseguró, que sería una lástima abandonarlos ahora. Se quejó amargamente de que la oposición podría eliminar en un segundo lo que a su gestión le insumió tanto esfuerzo. “Es sencillo destruir; mucho más complejo y lento es construir”, dijo. Casi una ironía en un Presidente acusado de desfinanciar a las universidades, al Conicet, al Inta, a las instituciones que trabajan en discapacidad, de abandonar la obra pública y de tantas destrucciones más.
Hubo otra novedad política en la visita de Milei: su cambio de actitud con respecto al exgobernador Juan Schiaretti, el candidato a diputado nacional por Provincias Unidas.
Milei, que nunca había puesto en la mira a Schiaretti, esta vez eligió la confrontación directa. Lo trató de mentiroso, demagogo, gastomaníaco y lo acusó de impulsar propuestas que elevarían los egresos en 7 puntos del PBI y harían que el IVA llegara hasta el 42%. Los datos del jefe de Estado son siempre extravagantes, pero en su ataque contra el cordobés incurrió en una acusación que podría endilgársele a él mismo: señaló que las propuestas de Schiaretti sólo pueden financiarse con más impuestos o con deuda, en un momento muy complejo en el mercado crediticio para el país. Soltó esa frase en la misma entrevista en la que anunció que está cerca de obtener un préstamo de Estados Unidos para poder pagarles a los bonistas el año próximo.
¿Por qué Milei subió a Schiaretti al ring? Es, obviamente, una estrategia de campaña. Para el comando del exgobernador, es un intento por desgastar al candidato que hoy es una amenaza para La Libertad Avanza. “Acá no puede venir a criticar al kirchnerismo porque no existe. Tiene que sacarle votos al Gringo”, dijeron.
El exgobernador no prefirió el silencio sino que aceptó el convite de un cuerpo a cuerpo con el Presidente. Le devolvió los elogios y él también lo trató de mentiroso y de poco serio por decir que el gobierno encontró la “máquina de la prosperidad”. “Le falta el respeto a la gente, que no llega a fin de mes”, dijo Schiaretti.
En el terreno del cálculo electoral, no es descabellado, incluso en la situación actual, que Milei obtenga el porcentaje de votos más alto en el conteo general y nacional. Por el simple hecho de que no tiene antagonistas de alcance federal: no existe un peronismo en todo el territorio; hay distintas expresiones provinciales.
El gobierno podría decir entonces que consiguió el porcentaje más alto en el país. Su riesgo principal no es perder en el conteo general sino sucumbir en las provincias más importantes, allí donde hace apenas dos años obtuvo un acompañamiento abrumador. Esa es la lógica que sigue la estrategia de Milei: en un distrito en el que tiene una lista paupérrima, asumir él mismo la tarea de intentar socavar uno de los tantos peligros que lo acechan.