Después de la disolución de Sumo, tras la muerte de su líder Luca Prodan, los integrantes de aquella mítica banda conformaron dos grupos distintos que empezaron a marcar el ritmo del rock nacional en los ‘90 y hasta la actualidad: Divididos y Las Pelotas.
El primero de ellos lanzó en 1993 -y de manera casi premonitoria mirado desde la actualidad- la Era de la Boludez, con un corte que se convirtió en clásico del grupo liderado por Ricardo Mollo: ¿Qué ves?
El disco y el tema parecen de extrema actualidad política. Una de las frases más destacadas de aquella notable canción es “cuando la mentira es la verdad”, y completa: “El bien y el mal definen por penal”. Claro, también menciona a Dios, para seguir teniendo vigencia política, en tiempos de fuerzas celestiales.
Pero hay un linkeo directo entre aquella letra y lo que hoy se replica en redes como un rezo libertario: “No la ven”. El presidente Javier Milei suele utilizar esa frase con una doble finalidad: descalificar a los adversarios o críticos por su miopía y, a la vez, posicionarse en un lugar de superioridad intelectual.
Divididos lanzó en 1993 -y de manera casi premonitoria mirado desde la actualidad- la Era de la Boludez con un corte que fue un clásico: ¿Qué ves?
En los últimos días tuvo a los gobernadores como destinatarios. Cambió al cordobés Martín Llaryora por el chubutense Ignacio Torres, pero continúa confrontando con los mandatarios, que volvieron a abroquelarse tras los dardos al patagónico por fondos de coparticipación que no le llegaron a las arcas provinciales. El oficialismo explicó que no se trató de un recorte ilegal, sino que fue el resultado de cobrar una deuda preexistende de Chubut cuyo contrato indicaba que se descontaba de los giros coparticipables. Torres, y muchos gobernadores, creen que en realidad se trata de una apuesta redoblada por parte de Milei que hasta acá confrontó más con “Corea del centro” que con el kirchnerismo puro o con la propia Cristina Fernández de Kirchner. De hecho, Torres proviene del PRO, con quien parecía que llegaba un acuerdo que tendría su broche de oro en una cumbre entre el Presidente y Mauricio Macri. Algo que ahora, por lo menos, se puso en dudas. Además, Torres fue delfín político de Patricia Bullrich, quien lo impulsó en la carrera para la gobernación y fue la primera en llegar a festejar el triunfo del joven dirigente.
Lo cierto es que hasta aquí, el Presidente y la política parecen moverse en carriles paralelos, que no se tocan. Se encuentran en frecuencias distintas, con lógicas diferentes. Los legisladores, los gobernadores, y el sistema político en general, tiene una modulación que no concuerda con lo emanado de la Casa Rosada.
En la lógica tradicional, Torres debía ser uno de los jefes territoriales aliados a la Casa Rosada, sin embargo parece estar lejos de ese rol a estar hora. Más bien, el Presidente lo empujó a la vereda opositora, donde hay cada vez más habitantes. ¿Es prudente que un Presidente sin estructura propia y sin mayorías en el Congreso se dedique a poblar cada vez más las filas opositoras con dirigentes que ocupaban lugares intermedios, a los que se supone que debía atraer? Según la óptica tradicional esto sería contraproducente; para las fuerzas del cielo es el modus operandi priorizado en estos 75 días.
A Torres y a Llaryora los une, además de ser colegas gobernadores, el hecho de encabezar una renovación en sus provincias. El chubutense tiene apenas 35 años; el cordobés vino a tomar la posta de dos históricos del peronismo provincial como José Manuel De la Sota y Juan Schiaretti, que dominaron la escena política desde 1999. No son parte de una “casta histórica”.
Pero mientras el Presidente va alternando contrincantes (la semana previa fue Lali Espósito), la realidad “que se ve” suma dificultades crecientes para el grueso de la población, especialmente por la escalada veloz de precios con ingresos congelados. Como siempre ocurre, hay sectores que se vieron beneficiados con las decisiones económicas tomadas en los últimos 75 días. Muchos de ellos podrían considerarse parte de otras castas; pero lo serían bajo una lectura tradicional, no una mileísta. Porque allí parece también primar cierta calificación antojadiza de las castas. El Presidente es el que define quién está dentro de esa categoría y quién no, con parámetros hasta aquí poco claros. Se sabe que cayeron dentro de esa bolsa artistas, sindicalistas, gobernadores de distintas pertenencias políticas, y dirigentes en general. Con el patrón utilizado en estos meses podrían definirse como casta a todos aquellos que no comparten y alientan todas las políticas impulsadas por el Gobierno nacional. En esa categoría entonces sí es posible imaginar la convivencia de Ricardo López Murphy con Juan Grabois, de Roberto Baradel con Ignacio Torres, o de Lali Espósito con Llaryora.
Hay un linkeo directo entre aquella letra de la banda liderada por Mollo y lo que hoy se replica en redes como un rezo libertario: “No la ven”.
Pero el Presidente dio un paso más y decidió que de un lado están “los argentinos de bien”, es decir, los que no son casta y apoyan y alientan las políticas de su gobierno; y los otros argentinos que representan “el mal” y que quieren un nuevo fracaso en el país, como si muchos no fueran a estar alcanzados por los efectos. Son, en definitiva, los que “no la ven”. O los que ven aquellas cosas que al Presidente no le resultan cómodas.