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Mantecol: la marca que Georgalos inventó, perdió en la crisis y volvió a recuperar (ahora también en versión helado)

La compañía familiar nacida en Río Segundo atravesó décadas de crisis y reinvención. Desde la receta de un inmigrante griego hasta la expansión con chocolates, golosinas y una nueva línea de helados, su historia refleja resiliencia, legado y apuesta al futuro

La compañía Georgalos, con origen en Río Segundo y protagonista indiscutida de la industria alimenticia argentina, atravesó una de las historias más singulares del sector: creó el Mantecol, lo vendió en plena crisis y, años después, logró recuperarlo. “El día de la firma se pararon las plantas, se anunció y fue un hito. Para muchos, Mantecol pagó estudios, unió familias, marcó historias. Fue un día emblemático para la empresa y la familia”, recordó Miguel Zonnaras, actual presidente de la firma y nieto del fundador, en una entrevista con La Nación.

El recorrido comenzó con Miguel Georgalos, un inmigrante griego que escapó de la Segunda Guerra Mundial. “Llegó en un barco sin hablar el idioma, sin familia ni amigos. No tenía absolutamente nada”, relata su nieto. Sin embargo, cargaba con un oficio aprendido en Polonia: la elaboración de halva, un postre a base de sésamo. En la Argentina ese ingrediente no estaba disponible y lo reemplazó por maní. Así nació el Mantecol, que pronto se convirtió en un clásico de la mesa local.

El origen del nombre también conserva cierta mística. “Hay dos versiones. Una dice que una catadora le repetía: ‘Don Miguel, esto es una manteca’. La otra, que los lingotes en que se vendía recordaban al pan de manteca. Mi abuelo nunca nos dijo cuál era la real”, señala Zonnaras.

Con el paso de los años, la empresa creció y modernizó sus procesos, pero en la década de 1990 los vaivenes económicos la pusieron en jaque. “La compañía entró en concurso de acreedores. Yo era adolescente y vivía frente a la planta de Córdoba. Vi cómo casi 1.000 colaboradores dejaron de pertenecer a la empresa, muchos eran los padres de mis compañeros”, recuerda.

La situación derivó en una decisión dolorosa: vender la marca insignia. “En 2001 el resultado operativo era bueno, pero la deuda financiera seguía pesada. Había que resolver de raíz y eso implicó desprenderse del activo más importante: Mantecol. Siempre digo que, sin ese paso, tal vez hoy no estaríamos contando esta historia”, explica.

Tras la venta, la compañía ordenó sus pasivos y apostó a otras categorías: chocolates, barras de cereal y marcas históricas como Flynn Paff, Tokke y Namur. “Se reescribió la historia con un faltante en el ADN: no tener el postre de maní”, confiesa Zonnaras.

El regreso se produjo casi una década después, cuando Georgalos y Kraft —dueña de Cadbury, entonces titular de Mantecol— mantenían vínculos industriales. “Nos enteramos de que analizaban desactivar marcas locales. Había un interés de venta y, de nuestro lado, un interés de compra enorme. La negociación fluyó”, relata. Tras dos años de conversaciones, la recompra se concretó en 2011.

Con esa operación también sumaron marcas icónicas como Palitos de la Selva. “Siempre competimos con Palitos, una marca potentísima. Cuando llegó a nuestro portafolio, confirma su peso cultural”, destacó el empresario.

Hoy Georgalos opera siete plantas industriales y diversifica sus unidades de negocio en agro, marcas y envases. La estrategia, según su presidente, es clara: “Buscamos radicaciones regionales para diversificar riesgo productivo y hacernos muy fuertes en el Cono Sur. Ese es el proyecto para los próximos 10 años”.

La compañía acaba de dar otro paso hacia la innovación: lanzó una línea de helados bajo las marcas Mantecol, Toddy, Palitos de la Selva, Flynn Paff y Full Maní. “Cuando pruebes un Palito de la Selva helado o un pote de Mantecol, la idea es que sientas que ese mismo producto que te acompañó toda la vida se transformó en un helado”, explica Katia Gounaridis, responsable de Marketing.

Desde aquel inmigrante que transformó el sésamo en maní hasta la compañía que hoy busca expandirse en el Cono Sur, la historia de Georgalos es la prueba de que las marcas también son herencia y resiliencia. “El sueño de mi abuelo fue hacer cada día las cosas mejor, con el orgullo de un producto que los argentinos incorporaron a sus hábitos. Ese espíritu sigue vivo”, concluye Zonnaras.