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La peor sospecha: inició el juicio contra un hombre acusado de intentar matar a su beba

Comenzó en Córdoba el juicio contra un hombre acusado de querer asfixiar a su hija recién nacida durante su internación en terapia intensiva.

La causa se centra en pruebas médicas, testimonios y filmaciones que buscan determinar si hubo un intento de homicidio

Este viernes comenzó en los tribunales de Córdoba un juicio que sacude desde hace meses al fuero de violencia familiar y de género: el proceso contra G. A. (se omite el nombre por protección de la menor), de 32 años, acusado de haber intentado asesinar a su hija recién nacida en la Clínica Privada Vélez Sarsfield, mientras la pequeña atravesaba una internación por una infección respiratoria. La imputación que pesa sobre él, homicidio calificado por el vínculo en grado de tentativa, es de una de las más graves que prevé el Código Penal argentino. Y sin embargo, el expediente que ahora se debate en audiencia pública no solo está atravesado por pericias y declaraciones médicas, sino también por una historia familiar marcada por la búsqueda de un hijo, el amor obsesivo de un padre primerizo y la sombra persistente de la duda.

El hecho que originó la causa ocurrió el 4 de marzo de 2024. Según la acusación, Aguirre habría introducido sus dedos en la boca de la niña durante cerca de dos minutos, en un intento de “obstruirle la respiración”. La maniobra fue interrumpida gracias a la intervención rápida de un pediatra y del personal de enfermería, alertados por el monitoreo clínico. La bebé logró ser estabilizada y sobrevivió, pero los médicos entendieron que el episodio no podía quedar bajo sospecha y dieron aviso inmediato a la Justicia. Fue el gesto de profesionales que, ante la posibilidad de estar frente a un caso de maltrato infantil, decidieron priorizar la protección de la niña, aun cuando ello significara abrir una causa penal contra el propio padre.

Desde entonces, G.A. quedó detenido en la cárcel de Bouwer, en condición de preso preventivo. Ha pasado casi un año y medio. Afuera, su hija cumplió su primer año y ocho meses de vida, un tiempo que él atravesó entre pabellones, abogados y audiencias preliminares, sin poder acompañar el crecimiento de la pequeña.

Su defensor, el abogado Nicolás Díaz, sostuvo en diálogo con Puntal que el caso debe analizarse con cautela y sin prejuicios: “G. es un padre muy cariñoso, casi obsesivo con su hija. No es entendible lo que pasó. Es un matrimonio que buscó durante años poder tener un bebé, incluso hicieron tratamientos de fertilidad. Vivían en un departamento y hasta alquilaron una casa más grande para esperar al tan esperado hijo. Mi defendido insiste en su inocencia”.

G. es un padre muy cariñoso, casi obsesivo con su hija. No es entendible lo que pasó. Hay que analizar con cautela”, manifestó el abogado.

La propia pareja de A., madre de la niña, declaró que le cuesta creer que él haya tenido una conducta delictiva contra la beba, según explicó el abogado Díaz. Ambos continúan juntos como pareja, ella lo visita en la cárcel y han manifestado públicamente sus dudas acerca de que se trate de un intento de homicidio.

Las pruebas reunidas en la investigación, sin embargo, no son menores: historias clínicas, informes del Comité de Maltrato Infantil, testimonios de médicos y enfermeras que asistieron a la bebé. Una de estas profesionales, que ahora será testigo en el juicio, describió a A. como un padre presente, constantemente al lado de la niña, tocándola, acariciándola, a veces de un modo “intenso” que llamó la atención del personal. La línea divisoria entre la ternura desbordada y la conducta sospechosa es justamente uno de los ejes que los jueces deberán sopesar.

El imputado, por su parte, negó haber querido dañar a su hija. Relató que lo que hizo aquel día fue intentar limpiarle secreciones con una gasa, algo que hacía de manera rutinaria debido a las complicaciones respiratorias que la niña arrastraba. Explicó que ingresaron a la clínica porque la bebé tenía una neumonía y que los médicos advirtieron que corría riesgo de vida. En ese contexto, reconoció haber atravesado momentos de profunda angustia y admitió haber tenido problemas de consumo de drogas en el pasado. Señaló que, en soledad y en medio de la “depresión” por la salud de su hija, recurrió a las drogas como consuelo.

Una prueba no menor aunque no concluyente son las cámaras de seguridad. Las imágenes lograron registrar los movimientos de G.A., en las que pareciera que el hombre mira para todos lados para asegurarse la ausencia de testigos para lograr perpetrar el ataque. Pero son sólo imágenes que no logran mostrar de manera acabada el supuesto ataque.

El inicio del juicio abre un tiempo clave. Será el espacio donde se crucen los informes médicos, las pericias psicológicas y los testimonios de quienes estuvieron presentes aquella tarde. Pero también será el escenario donde se mida la otra cara de la justicia: la de los procesos largos, burocráticos, que, en caso de comprobarse la inocencia, dejan marcas irreparables. Porque si Aguirre es absuelto, habrá perdido más que su libertad provisional: habrá perdido momentos irrepetibles del primer año y medio de vida de su hija, ese tiempo de apego y ternura que ninguna sentencia puede restituir.

La causa se ventila ahora ante el tribunal, con un acusado que insiste en su inocencia, una defensa que reclama prudencia, una madre que lo respalda y un cuerpo médico que respalda la denuncia inicial.

Si Aguirre es condenado, enfrentará hasta 15 años de prisión por homicidio calificado en grado de tentativa. La Justicia deberá decidir si se trató de un intento deliberado de matar a su hija o si lo que se interpretó como un ataque fue, en cambio, un exceso en los cuidados de un padre primerizo, marcando para siempre la infancia de la niña y el primer año de vida que nunca podrá recuperar junto a su padre.