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"Los mejores negocios se hacen sin plata": la historia del empresario que pasó hambre y hoy vende hasta un millón de empanadas por mes

Forjado en la adversidad, Guillermo Suárez transformó una receta familiar en una cadena que abastece a todo el país, impulsada por trabajo incansable, logística propia y una filosofía que desafía las reglas tradicionales del emprendedurismo.

En un contexto marcado por la necesidad y la incertidumbre, Guillermo Suárez y su familia dieron origen a El Hornito Santiagueño, un emprendimiento que nació con mínimos recursos pero con el objetivo firme de generar ingresos y encontrar una salida. Inspirados en la receta de su abuela, comenzaron a producir empanadas y, con el tiempo, convirtieron ese pequeño proyecto en una empresa que hoy comercializa entre 900.000 y 1 millón de unidades mensuales.

Sin estudios formales ni capital inicial, construyeron el crecimiento a partir del trabajo cotidiano, la improvisación y la creatividad. Ese camino, que empezó como una estrategia de supervivencia, derivó en una marca con presencia nacional y en plena expansión.

El origen de El Hornito Santiagueño se ubica en un momento delicado para Suárez. “Todo lo que yo hice en mi vida fue a través de la necesidad y el miedo al fracaso”, afirmó en una entrevista con La Fábrica Podcast. A esa reflexión sumó una frase que resume su filosofía empresaria: “Siempre digo que los mejores negocios se hacen sin plata. Hay formas. Tienes que pensar, siempre hay una salida”. Actualmente, la compañía opera 90 locales y está próxima a sumar otros 10 puntos entre CABA, Rosario, San Juan y Neuquén.

El inicio fue completamente artesanal. Suárez fabricó un horno de barro montado sobre un eje recuperado, herramienta que luego permitió habilitar su primera planta productiva. La idea surgió una tarde, cuando le propuso a su esposa buscar una opción económica para generar ingresos utilizando ingredientes accesibles como harina y agua. Ella, junto a su madre, preparaba empanadas los fines de semana con la receta familiar, por lo que esa alternativa tomó fuerza rápidamente.

El crecimiento del negocio los tomó por sorpresa. Suárez solo había cursado hasta séptimo grado y no se consideraba un empresario, mientras que su esposa no terminó el terciario. Pese a eso, el emprendimiento escaló hasta convertirse en una estructura con capacidad de producir “dos o tres millones de unidades”, aunque el volumen mensual actual se ubica cerca del millón.

Desde la planta de Córdoba se realizan la elaboración y la logística, dos pilares del modelo operativo. “Distribuimos a todos los lugares, la logística es nuestra, es propia”, explicó Suárez. Luego remarcó un aspecto central del crecimiento: “El Hornito creció sin deudas. Yo no sé lo que es un crédito en un banco”.

El desafío porteño

La llegada a Buenos Aires representó uno de los tramos más complejos. La competencia gastronómica, la escala del mercado y los pocos recursos disponibles obligaron a diseñar una estrategia distinta. Su hijo Franco ideó una acción de marketing que impactó de inmediato: una intervención callejera en pleno Obelisco con “100 personas disfrazadas de empanada”.

Los locales porteños también adoptaron un formato novedoso. “Los locales que armó Franco en Buenos Aires tienen un formato similar al de cadenas como Burger King o McDonald’s. No se parecen a una casa de empanadas tradicional: son espacios modernos, con mucha tecnología, pensados para una experiencia distinta. La inversión fue muy grande. Sabemos que la Ciudad de Buenos Aires es un mercado exigente, pero por suerte ingresamos bien y la recepción del público fue muy buena”, describió Suárez.

El impulso definitivo llegó cuando el periodista Luis Majul mostró en televisión el ticket de compra de una docena de empanadas para compararlo con el precio mencionado por Ricardo Darín meses atrás. El efecto fue inmediato. “Desde ahí nos subieron las ventas un 200%”, reconoció el fundador, quien destacó el rápido accionar del equipo enviando productos a distintos canales.

Una filosofía que sostiene el negocio

Para Suárez, parte del crecimiento está vinculado a valores personales que intentó trasladar a su familia y colaboradores. “La humildad es lo que te va a llevar y que te va a convertir en un grande, y vas a tener puertas abiertas por todos lados”, afirmó. También insistió en la importancia de la generosidad: recomendó a sus hijos y equipo “abrir las manos y aprender a compartir”.

A pesar de atravesar crisis económicas, cambios de reglas y momentos de incertidumbre, la empresa jamás frenó la producción. Suárez enfatizó que, incluso en los escenarios más difíciles, El Hornito Santiagueño nunca dejó de vender empanadas.